NO LE OBEDECERÉ AL PETA
Por Juán Andrés Guzmán
Anoche salí del Clinic como a las 9, mascando bronca. El Tribunal Constitucional acababa de dar a conocer su fallo prohibiendo que el Estado entregue la Píldora del día Después gratis en los consultorios. The Clinic alcanzó a tirar a Internet la advertencia de que el dictamen se adelantaba y, sin embargo, mientras lo publicábamos, nos resultaba insólito creer que un asunto tan relevante sería dado a conocer un viernes en la noche, cuando la gente está descansando, tomándose un trago... Pero lo hicieron.
Los jueces del Tribunal habían anunciado su fallo para el 22, el próximo martes, y en respuesta, muchos chilenos se organizaron para recibir el dictamen con una sonora manifestación de repudio en Plaza Italia. Resulta obvio que adelantarse fue una estrategia del Tribunal para pasar colado. En la mañana del viernes los curitas -siempre tan preocupados de la pirula y del popó de los chilenos-, habían alegado que el gobierno tenía que respetar las decisiones de las instituciones; y esta INSTITUCIÓN, este Tribunal Constitucional cuyo nombre suena a algo serio y digno, viene y desliza su fallo por debajo de la puerta, a ver si pasa piola, a ver si el 22, como no hay fallo, tampoco hay jaleo y el tema se acaba.
Esa actitud es una nueva bofetada del TC a la democracia, a la opinión de los chilenos. Y digo “nueva” porque ya su decisión de prohibir la píldora fue la imposición de una minoría. Lo muestran distintas encuestas, la última del diario La Tercera, donde más del 70 por ciento de los chilenos quiere que se permita la pastilla. Pero 36 diputados de derecha -que presentaron el reclamo que dio pie a este rechazo- y los 9 del TC, han decidido que no. Y ya. Se acabó.
Mientras camino por Lastarria y el fallo pasa piola, pienso en eso: ¿Se acabó? ¿Eso es todo? Entonces oigo gritos. Y entre las mesas de los cafés llenos, avanza una columan de manifestantes: una decena, veinte a lo más, que grita “Asesino postinol, asesino postinol”. Son chicos anti píldora, tan pocos, que pueden caminar ordenadamente por la vereda. En esa pequeña columna de talibánes, van respresentados los 36 de la Alianza y los 9 del TC. Es la voluntad que se ha impuesto en Chile.
Hace dos números en una edición de The Clinic les preguntamos a los 36 diputados de derecha “¿qué se cree usted para decirme qué anticonceptivo tomar?”. La pregunta era la que se hacían y se hacen millones de chilenas y chilenos, solo que más moderada (El cuestionamiento real es: ¿qué mierda se creen estos huevones?, pero nosotros tratamos con respeto a la autoridad... ).
Pero cuando se las hicimos a los honorables de la Alianza, se molestaron, se sintieron ofendidos. “¡En ese tono no contesto!”, dijeron algunos. Otros como el UDI Segio Correa contestaron en tono de institución: “¿Quién me creo yo?: Sergio Correa, diputado de la República”.
Como el Tribunal Constitucional, estos diputados han tomado una distancia enorme con lo que piensan los chilenos. En el caso de los diputados es más grave porque ellos están en sus cargos gracias a la decisión de sus electores. Sin embargo, ahora sabemos que no están ahí para hacer lo que sus votantes quieren, sino para defender sus particulares principios. Ellos son “Pro Vida” y jamás apoyarán una pastilla que produce aborto. Una pastilla criminal. Y pueden llamar criminales a los “pro píldora” -que constituyen el 70 por ciento del país- pero en época de elecciones, ir a pedirles sus votos a esos criminales.
En Chile la gente, la mayoría, se ha acostumbrado a que las autoridades, las INSTITUCIONES, desprecien su forma de vida, que los rechacen por lo que piensan, cómo se visten, por dónde viven. En Chile te joden hasta si eres feo. Ni hablemos si no tienes el apellido.
Gracias a la Iglesia, por ejemplo, pasamos toda nuestra historia republicana sin reconocer a los hijos nacidos fuera del matrimonio, aunque fueran una cantidad fabulosa de chilenos los que quedaban en el closet del huacherío. Hoy, aunque entre 40 y 160 mil mujeres se hacen un aborto cada año, ellas no existen como tema, no hay debate sobre su situación, solo hay que hacerlas sentir culpables y mantener una legislación que las considera criminales, aunque todos conocemos a alguna mujer que se ha hecho un aborto y sabemos que no es una criminal.
El último ejemplo de esto ocurrió con la marihuana. El gobierno, democráticamente elegido, acaba de decidir que la marihuana es una droga dura ¡Como la cocaína! Somos millones los chilenos que fumamos pitos, desde uno al año a uno diario. Para el gobierno que dirige Michelle Bachelet todos somos como coqueros.
Lo más grave es que este desprecio constante hacia las mayorías se basa solo en imposiciones morales. Hemos llegado a un punto en que la voluntad de la minoría ni siquiera necesita disfrazarse como una “decisión técnica” o “jurídica”. En el caso de la píldora ningún especialista médico la rechazaba. Sólo los títeres de la UC decían que era abortiva. En la marihuana, lo mismo. El Conace la ubicó como droga dura a pesar de que no hay un caso de muerto por marihuana en la historia de la humanidad. The Clinic lleva casi un mes insistiéndole al Conace que nos explique quién tomo la decisión y qué argumentos técnicos se tuvieron a la vista, pero la respuesta es el silencio. Como el Tribunal Constitucional, la estrategia es calleuque el loro, para pasar piola. Como los parlamentarios de la Alianza, ofenderse ante la insistencia, ante la pregunta que se hace la gente. Al final, la decisión no la tomó nadie. Apareció no más, como un hongo. No es necesario un debate público, apesar de que es el público el que se va ir preso por fumar pito, o va a tener un embarazo no deseado por no tener la píldora.
Después de la decisión del Tribunal ¡Ni siquiera una mujer violada puede acceder a la pildora! ¡Estos huevones pretenden garantizar la maternidad por violación! ¡Y por qué no las obligan a casarse también!
Tal vez lo más indignante de todo esto es que esta minoría conservadora ha contado con la alianza de una burocracia sin principios, una Concertación burocratizada que en muchos ámbitos se ha vuelto penca. Una Concertación a la que le importan un huevo las libertades públicas, la ética, la fe pública. Una burocracia a lo Curepto: “¿No está listo el hospital? ¡échale no má, naiden se va a darse cuenta!” “¿No hay infrestuctura para que parta la ley de menores? ¡échale no más, a quien le importan esos cabros e'mierda!”. Para qué volver a hablar del Transantiago.
Ante los valores clericales y oscurantistas de nuestros talibanes, hay valores públicos, cívicos, que se deben defender. Son los valores que construyen democracias. Pero qué valores tiene la Concertación si la presidenta Bachelet -reprimida por los militares, con amigos muertos y desaparecidos- dice que el Tibet es parte de China... Bachelet se sienta, tranquilamente, en la represión y en la invasión... Ahí no hay valores, hay intereses económicos.
La Iglesia tiene razón: las instituciones se respetan. Pero las personas no pueden volverse esclavas de esas instituciones. Menos cuando en última instancia lo que tenemos que respetar en el Tribunal Constitucional es una cosa mucho más prosaica, más banal. Tenemos que respetar al voto decisivo, a Mario Fernández, el Peta, un tipo que en 2002 se oponía a una ley de divorcio argumentando: “Estoy en contra porque la Iglesia está contra el divorcio. No tengo idea de las razones teológicas, yo no soy teólogo. Creo en todo lo que dice el cardenal. El es mi autoridad religiosa”.
Yo no voy a seguir a su obispo. Yo necesito razones.
Y sostener que lo que decide el Peta tiene que aplicarse a la vida de miles de personas, me parece muy cercano a defender una dictadura. Eso no puede quedar así. Las autoidades tiene que salir a defender los principios democráticos e inventar un mecanismo para que la voluntad de la mayoría se imponga. De lo contrario le estarán dando una enorme cuchillada a la democracia.
Yo no soy quien para convocar a nadie, pero el martes 22 a las 19 horas voy a estar en la Plaza Italia para alegar contra el fallo. No voy a dejar que el truco del Tribunal, la artimaña de adelantar el su resolución, me impida manifestarme. No voy a dejar que nos sigan acorralando y tratando como raros, enfermos, sicópatas. No voy a obedecer al Peta. Eso ni cagando.
20080424
Editorial
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